Era mediodía, justo antes de la hora de comer.
Cogió el puñal colgado en la pared que tanto había odiado desde que se lo trajo de aquel absurdo viaje de negocios.
Nunca entendió para que servía.
Ahora lo sabía.
Agarró la empuñadura con fuerza dirigiendo la punta afilada hacia su pecho, clavó con fuerza desgarrando tejidos y rompiéndose las costillas, una por una, hasta que el hueco fue lo suficientemente grande como para meter la mano.
Se arrancó el corazón y lo contemplo un rato mientras latía, lentamente, como apagándose.
Pensó que sería un buen regalo.
Pensó que sería un buen regalo.
Lo dejó sobre un plato en la mesa, junto a un cuchillo y un tenedor de la cubertería que le regalaron el día que contrajo nupcias.
Lleno la copa de vino tinto, ese que tanto le había gustado a lo largo de su corta vida.
El corazón seguía latiendo, como esperando que ocurriera algo.
Llego él.
Se sentó y empezó a comer.
Ni siquiera se paraba a masticar, tan solo tragaba.
Ella lo miraba como cada día, ensimismada en esas pestañas impropias de un hombre, en esa boca que podía con ella. Ensimismada sonriendo como una niña boba.
Se acabó el vino de un último sorbo y levanto la vista.
Por primera vez la vio, tirada en el suelo, rodeada de un liquido viscoso, granate, con el pecho abierto.
Estuvo observándola durante horas, o eso le pareció.
Incluso así, sin color en las mejillas, sin vida en su interior y con el delantal aún puesto, estaba preciosa, como aquella noche de verano que la conoció.
Suspiró y lamentó no haber saboreado con más detenimiento la comida que le habían preparado aquel día.
Desmembró su cuerpo y la metió en bolsas, de esas perfumadas que ella se empeñaba en comprar, seguía pensando que era un sinsentido, la basura olía de todas formas.
Bajó a la calle dirigiéndose al contenedor de la esquina, le dio las buenas tardes a la vecina y arrojó el cuerpo de la que había sido una parte de su vida.
Volvió a casa, fregó el suelo, limpió la sangre del puñal y lo colocó en su sitio. Conecto el lavavajillas y miró el reloj.
Salió de casa blasfemando porque llegaba tarde, se metió en el coche y se fue a trabajar como un día más.