Hay tantísimos matices, tantísimos colores, tantísimo de todo.
Decido quedarme con el veinte por ciento, decido aceptar que no hay más, tal cual, sin intentar buscar el cincuenta, el ochenta, ni siquiera el veinticinco. Aunque haya quien no esté de acuerdo, lo siento. Soy culpable, culpable de intentar conservar lo poco que tengo.
Decido sonreír cada día, decido querer como quiero, dándolo todo, aunque mi medico no me lo recomiende. Pero tampoco me recomienda fumar, tomar café, alcohol u otras sustancias tan excesivamente como lo hago.
Soy una rebelde, lo sé.
Dicen por ahí que de todo se aprende, opino que aprende el que quiere hacerlo, y yo me apunto. Me apunto a esa lista de gente que quiere vivir, que le gusta bailar cuando nadie está mirando, que adora a sus amigos y a su familia, porque, al fin y al cabo, es lo que tenemos. Eso que nunca se va, que nunca desaparece y que no sabemos valorar. No somos conscientes de que es lo único que tenemos asegurado, será por eso que no nos paramos a cuidarlo y a mimarlo como se merece,
¡Mal! Vuelvo a ser culpable.
Decido quedarme con lo bueno, decido pensar que hubiera sido impresionante, decido dormirme queriendo volver a aquellas tardes, mañanas y noches de septiembre en las que se me olvidaba comer y no tenia ni idea de lo que se me venía encima. Decido acordarme de cada veintiuno porque si dijera que decido olvidarlo estaría mintiendo. Y yo no olvido ni miento.
Decido guardarme cosas que nunca te he dicho. Se quedarán ahí... en un rincón que, poco a poco, irá llenándose de polvo; como cada taza de café.
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