Busco la inspiración,
Escucho a Bach. Cierro los ojos. Manos temblorosas. Cien cigarrillos medio consumidos en el cenicero. El sol entra por la ventana, amenaza con largarse pronto prometiendo volver mañana. El cielo azul, un azul perfecto, tranquilizador y alegre, lleno de energía. El humo invade la habitación, se mueve con la música, despacio. La respiración, relajada, después de una ducha fría, de esas que te das en verano. El pelo, mi pelo, huele a champú barato, y a mi. Mi olor, que tantos aman y otros tantos desprecian, ese olor que nos caracteriza y nos hace únicos. Ese olor que despierta pasiones y recuerdos. Tu olor. Mil libros apilados en la mesita de noche a medio leer. El desorden habitual y frustrante me invade. La cama desecha por la siesta de después de comer. La cama que tanto me ha visto llorar, reír y disfrutar. Piel, piel blanca después de un invierno frío. Piel que ira volviéndose del color del café, poco a poco. El suavizante que utiliza mi madre, huele a casa, mi hogar. Al que tanto añoro, amo y desprecio. Pies fríos, siempre fríos, acomodados en las zapatillas. Llaman al timbre, abro los ojos y vuelvo a la realidad. Una realidad donde los olores no significan nada, tan solo son eso, olores. Donde no importa que la piel sea blanca o esté bronceada y donde mis pecas son solo puntos en los que nadie se fija. Bach termina y el sonido de la nada empaña el resto del tiempo hasta que salgo de casa.
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