La niña que quiso calzarse unos tacones.
El maquillaje no dejaba apreciar la cantidad de pecas que le cubrían la nariz.
Ni lo sonrosadas que se le volvían las mejillas cuando algo no le gustaba.
Supo sonreír mejor que nadie.
Supo gustar.
Aprendió el arte de la seducción.
Y supo hacer que el mundo girara a su alrededor.
Olvidó que también tenía que aprender a andar con tacones si quería ir con ellos.
Le pareció absurdo.
Un día cayó.
Y jamás consiguió volver a ponerse en pie porque nadie le enseñó.
Sigue en el suelo, calzando sus tacones, esperando a que alguien la levante, esperando a que alguien le diga como hacerlo, esperando la eternidad, consumiéndose como las cenizas, convirtiendose en polvo.
Polvo...
Enviado desde mi dispositivo BlackBerry® de Orange.
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